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miércoles, 11 de febrero de 2015

La historia de X.

Todo cambió el día que me vi sin maquillaje y no fui capaz de reconocerme a mí misma. Ese mismo día me di miedo, ¿realmente era una desconocida la que me estaba escrutando al otro lado? Sentí terror y unas ganas inmensas de coger todos los potingues que guardaba en el segundo cajón. Pero no lo hice. Seguí mirando a esa persona, percatándome de cada uno de los detalles que tanto tiempo había ignorado; un grupo de pecas por aquí, una marca por allá y alguna que otra arruga, o como lo llaman las mujeres que alardean de que el paso del tiempo no les preocupa, marcas de expresión. La verdad es que en mi cara no había mucha expresión desde hacia unos años, me había convertido en algo que no padece pero siente mucho.
Y recalco lo de "algo".
Lo peor no era odiarme a mi misma, ni siquiera era el hecho de rodearme de hombres que me faltaban el respeto porque total, si yo misma me lo faltaba ¿Por qué no iba a dejar que otra persona lo hiciera? Lo peor, sin duda, eran las distorsiones. En menos de cinco minutos podría pasar de verme "bien" frente al espejo a ver a un monstruo en él. ¡Y eran reales! Estaba allí, podía cerrar los ojos una y mil veces que aquella imagen seguía presente frente a mí, y terminé creyendo que aquel monstruo no era otra cosa que el reflejo de mi misma. De lo que los demás veían de mí.
La comida solo fue una excusa. De pequeña siempre había disfrutado comiendo en sociedad, me gustaba, nunca tuve ningún problema y en casa siempre se comió bien.  La comida solo fue un blanco fácil contra mí, era relativamente sencillo privarme de la energía que me mantenía.
 Nunca jamás me sentí bien más de dos segundos seguidos cuando perdía peso. El éxtasis llegaba y era algo tan efímero que ya estaba pensando alguna otra cosa para conseguir más. Siempre quería más y por contradictorio que parezca la falsa aprobación de los demás nunca hizo que me sintiera mejor, nunca me vi más guapa, nunca sentí que estaba más delgada y pensaba que nunca sería feliz.
Volviendo al día que me miré en el espejo, a mí, a X sin maquillaje, algo en mí hizo "chas", como una luz que lo barre todo. Después de ocho años de tratamiento algo dentro de mí sintió que la chica que me estaba mirando con cara triste era yo pidiéndome auxilio, era yo gritándome sin voz que por mucho que tapase mi cara mis heridas no iban a sanar sin enfrentarme a ellas.

Ese día no ocurrió algo milagroso. La enfermedad no se fue definitivamente de mi vida hasta pasar un buen tiempo. No hay magia en esto, un día no te despiertas y dices "voy a comer bien y no voy a vomitar nunca más". Eso nunca llega. Pero si llega un proceso de mejora en el que tras hacerte mucho daño a ti misma sientes que debes rendirte, porque rendirte no significa abandonar, significa aceptar que necesitas ayuda. Significa que todas esas personas que una vez te llamaron "gorda" se esfuman de un plumazo, empezando por ti misma. Significa que empiezas a sentir que tu cuerpo solo es un vehículo, nos mantiene en pie y nos lleva a los lugares que nos hacen felices y que por ello debes curarte. Significa que la herida picará, que picará mucho porque está sanando, querrás extirpar esa herida de ti, pero aceptarás que es muy difícil extirparte a ti mismo y verás que algún día en esa bonita cicatriz nacerán flores y estarás curada.



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Gracias por inspirarme, X.
Porque todas ellas son X y porque cada día me roban un poquito más de corazón.


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